Ayer tembló, una vez más.
Desnuda, como suelo dormir en este verano en el que las sábanas se contagian de mi olor durante la noche y lo pierden durante el día, desperté.
Desperté con el mundo temblando a mi alrededor, desperté sonriendo desde el fragor de un sueño olvidado. Desperté temblando, sola.
Desnuda, me moví, rodé hacia el final de la cama, y me coloqué, de cuclillas, desnuda, en el triangulo de la vida, aquél junto a un mueble que, dicen, puede salvar tu vida. Y esperé, esperé a que dejará de temblar. Minutos alargados en movimientos ajenos. Geología de las evocaciones, remembrando, acordando.
Mi casa, toda ella, me platicaba secretos que había callado durante meses sin temblorina ni terremotos; quería salir de ese triangulo de las bermudas de supuesta seguridad para ver lo que decían, acercarme a los libros y libreros, las cazuelas y las cajas de cereales vacías. Todos los objetos de mi hogar dialogaban en un idioma que, por primera vez desde que los conocía, me parecía reconocible.
Era la lengua de mi infancia.
Mis nostalgias se albergan entre los movimientos de las capas tectónicas y sus réplicas.
Los terremotos me transportan a mi infancia. El zarandeo en una cama, despertar entre movimientos ajenos, en solitario, son parte inequívoca de un tiempo desplazado a un cuerpo más pequeño, más dulce y, ligeramente, más inocente.
La tierra tiembla porque se despereza, me susurraba por las noches en un departamento en un octavo piso, con mi hermano durmiendo del otro lado y ajeno a los movimientos del ir y venir de nuestro hogar, metáfora literal y metáfora terrestre.
La tierra tiembla porque ya no puede aguantarse las cosquillas que le da el que caminemos encima de ella todo el tiempo. Los tacones son lo peor. Los descalzos, los siente como caricias.
La tierra tiembla porque le tiene un miedo inconfesable a la oscuridad del universo.
La tierra tiembla porque está haciendo el amor con alguien a quien no vemos. La tierra tiembla porque le da la gana.
La angustia que puede causar un movimiento telúrico se ve desplazado por la nostalgia de un momento que ya no es mío más que en la memoria de una niña que nunca fui. Los recuerdos se pintan de colores ajenos a los que se escribieron en su momento.
Mi cama, en el hogar infantil, está coloreada de dos elementos nocturnos, los ruidos que provenían del cuarto de mis hermanos, fantasmas, supuse posteriormente, que siempre movían muebles y cuando pensaba atraparlos en su ir y venir, se esfumaban dejando las cosas tal cual habían estado. Y por los temblores.
En un octavo piso los temblores más mínimos se sienten como si movieran tu cama. No. No salía corriendo. Nadie me despertaba. Simplemente sentía el arrullo de la tierra, veía cómo ciertos cuadros, algunos peluches se desplazaban hacia un lugar más cómodo, y me volvía a dormir, con la certeza de que, en algún otro momento, otro movimiento volvería a despertarme.
Ayer tembló y yo sonreía. Mi hogar, solitario, sin peluches, sin hermanos en el cuarto de junto, sin respiraciones más que las mías y las de los libros, me habló con el movimiento de la tierra.
La evidencia del desplazamiento de un recuerdo a una certeza en tiempo presente hace que los colores de ciertos fragmentos de la memoria se calquen con tonalidades más verosímiles en los Cuentacuentos de los soliloquios. Si la tierra sigue temblando ahora, y me despierta a las 2:22 de la mañana, entonces, mi infancia sí sucedió, entonces mi vejez se verá plagada por este tipo de movimientos también.
Si la tierra me sigue arrullando con su movimiento, entonces puedo salir del triangulo en el que me refugié, meterme entre cobijas ligeramente húmedas y sonreír al soñar, porque el tiempo no ha cesado de marcar el vaivén pendular de las capas tectónicas de la memoria.
Ahora es momento de esperar las replicas evocadoras.
1 comment:
Hermoso texto. Y pienso en ese triángulo de la vida que debe ser mas hermoso todavía y en tus ojos desnudos,¿asustados?, como dos estrellas iluminando tu cuerpo. Y la incertidumbre de no saber si ese bamboleo imprevisto durará para siempre. Y el aroma que desaparece y que quisiera amonedar para llevarlo conmigo a todos lados como un talismán, como una antigua reliquia como una cábala eterna.
Post a Comment