Anoche soñé que tenía alas pero no sabía volar. Desperté. Mi espalda desnuda, el vacío
compensando los sueños que tenía sobre los párpados.
Desde mis ojos de niño, y hasta mi parpadear de adulto, las cosas que flotaban fascinaban
mi atención, la maravilla del prodigio de aquello que debiera caer más velozmente y no lo
hace, la insensatez de una hoja de abedul que cayó del árbol y se rehúsa a tocar el suelo.
Alguna vez alguien me dijo que las palabras tenían la capacidad de flotar, y desde
entonces suspiro palabras al aire, intentando encontrar aquella que volará y se perderá
entre nubes de colores de fábulas. Tal vez tenga que ser un suspiro, o un grito elevado
desde el silencio de mi respiro, no lo sé. Pero esa palabra tiene que encontrarse en algún
lugar, y me he dedicado todos los cambios de colores que han sufrido mis ojos desde
entonces para encontrar esos sonidos que al ser emitidos, no caerán.
Belleza de inconsciencia infantil, alas en los sueños, pesadumbre en el despertar.
¿Cómo se busca una palabra entre tanto silencio?
¿Y si yo fuera a convertirme en la palabra que tanto buscaba?
Decidí tener alas en la espalda para poder flotar. Si no era en mi costado, ningún otro
lugar aguantaría la pesadez de mi realidad, aquella que impide el despegarme del suelo
siquiera milímetros sobre los sueños.
No recuerdo si fue una determinación mía, o simplemente sucedió, pero recuerdo que
en algunos espacios de mis juegos infantiles, de pronto caían plumas de avestruz a
mi alrededor. Nunca supe si esas eran las que tenía destinadas y con un gran esfuerzo
imaginativo las tenía que reunir, guardar, armar como rompecabezas y esperar a que
llegara aquél que me enseñara a pegarme mi creación sobre la espalda… yo siempre me
imaginé que mis alas serían de plumas inmensas de colores, o pequeñísimas blancas, casi
transparentes, pero nunca de un ave que se le olvidó volar.
Alguna vez me paré en la orilla de un precipicio y le grité al retumbante vacío. Tal
vez debía correr y aventarme a la incertidumbre, cual albatros que sabe que flotará a
pesar de la pesadez de las alas que le impiden elevarse desde el suelo. Bello albatros,
imposibilitado con sus inmensas alas a despegarse del suelo, siempre un pequeño intento
de suicidio cada vez que siente la necesidad de volar.
Laberinto del desencadenamiento de incongruencias.
¿Qué será más pesado, saber que únicamente arriesgando mi posibilidad de divagar en
el fantaseo de mi irrealidad, puedo llegar a flotar? O, ¿qué el suelo con la seguridad
del arraigue a la habitualidad aparente permitiría especulaciones irrealizables?
Alas, únicamente quería alas, como un ángel, como un ave, como una mariposa con
plumas de esmaltes polifónicos.
Quería verme en el charco que unas lágrimas habían dejado abandonado y reflejar mi
espalda con protuberancias de plumas; llenar el desierto de tanta piel homogénea con
protuberancias que quizás se atreverían a volar.
Volar, ese era el fin último.
Años y siglos e instantes en un parpadeo en el que confronto mi sueño con la realidad que
me imagino me subyuga a lo inteligible.
Y si la casualidad penetrara por una ranura de mi pupila ¿hacia dónde se dirigirían esas
alas inexistentes?
Tantos lugares que podría abandonar, tantos paisajes en los que me camuflaría sin ser
nunca parte de ellos, tantas esferas breves como una palabra nunca emitida de las que
podría desaparecer sin siquiera tocar con la planta de los pies.
¿era eso lo que buscaba entre las palabras suspiradas y las palabras susurradas?
¿o simplemente deseaba tener alas?
Crearlas con el material desechado por las ilusiones y los anhelos, desmenuzar los
gránulos de arena que caen en silencio sobre un reloj que no marca el tiempo, chuparme
los labios resecos y forjarlas con los ojos cerrados, con las manos atadas con estambre de
araña sobre los ojos, con el cuerpo inclinado hacia las rodillas. Concebirlas en un pasaje
del tiempo que jamás se concretará sobre un parpado que desea ser pétalo de amapola.
Y tenerlas, pintarlas sobre mi espalda, trazo a trazo, delinearlas sin pincel ni yemas de los
dedos, simplemente con el deseo de su existir.
Tener alas sobre la espalda.
¿volar? No sé… la posibilidad ….
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