Sunday, December 14, 2008

(publicación reciente)

encontrada en
http://eleconomista.com.mx/notas-online/entretenimiento/2008/12/11/recomendacion-aparador-sonoro

High Places / CD/ mp3

El track 5 comienza así: It takes a lot of guts to be a little baby in this place. Y parece ser que a través de la música, de sus sonidos juguetones y electrónicos, logran apaciguar el miedo para vivir en un universo tan problemático.

De hecho, la teoría del caos podría ser perfectamente aplicable al hablar de este grupo neoyorquino, parece que todo es caos, pero dentro de éste podemos encontrar un orden. No es un error que se alejen de pronto de los micrófonos, que metan sonidos de campanas y agua burbujeante, experimentación sonora, delays y sonido saturado que, sin embargo, es melódico. Parecería demasiado complejo, pero es dentro de la sencillez donde encuentran espacio para bailar, como ellos mismos dicen, celebrando todo lo que han perdido en años de terapia.

Rob Barber y Mary Pearson obtuvieron atención en el 2006, a pesar de que su primer álbum no estaba terminado. Ahora con este disco, miniaturas polirrítmicas de poemas para niños, hay quienes los comparan con Os Mutantes. Sus canciones son simplemente, bonitas. Y evocan una sonrisa al escucharlas atentamente… como en el último track, “Canary”, en el que le piden perdón a los animales que se han tenido que mudar por la guerra ecológica. Música casi infantil hecha para adultos.(www.myspace.com/hellohighplaces)

(los trabajos indeseables)

15 de diciembre 2008


Estábamos cocinando una pasta cuando le conté sobre mi lista. Era una que había hecho años atrás, probablemente en mi adolescencia, cuando todavía no entendía mucho de lo que realmente estaba escribiendo. Era una lista de los peores trabajos del mundo. Me dijo que ella los podía resolver todos.
“A ver dime uno, a que yo lo soluciono.” Me dijo con un ligero reto mientras cuidaba que las cebollas llegaran al punto dorado, sin que se quemaran.
Superintendente en un camión escolar. El que se encarga de cuidar que los niños no hagan que el chofer choque por un ataque de pánico, de nervios o de enojo.
“Fácil, tendría un aparato con electricidad conectado a cada asiento. Muy Pavloviano. Cada vez que un chamaco hiciera algo que no debe, zaz.”
Muy ingenioso, y rallaba el queso parmesano.
“A ver, síguele, dame otro”.
Y se la solté, ser un operador telefónico que atiende todas las quejas de la compañía de teléfono, o de luz. Escuchar cómo te mentan la madre todo el día, y no puedes hacer absolutamente nada al respecto.
Se quedó pensando un par de minutos, el cigarro se escurría entre sus dedos.
“Ok, así que trabajo para esta compañía, por lo tanto tengo poder… fácil, imagínate a una persona que realmente odias, que quieres que su vida sea un infierno, un exjefe o exnovio o lo que sea… pues entonces haces que todas las llamadas sean conectadas a su casa… recibiría todas estas llamadas de queja, mentándole la madre todo el día… y ya. Tu trabajo de pronto se vuelve divertido.”
Sonreí, prendí otro cigarro.
Pensé en otro, ya no recordaba qué más contenía mi lista. Esa mañana, al despertar, jamás me cruzó por la cabeza que en la tarde noche, al estar preparando una cena temprana, o una comida tardía, estaría pensando en esa lista. De hecho, habían pasado muchos años desde que la había mencionado.
La hice cuando un ‘trabajo’ era algo tan añorado e intangible como perder la virginidad. La imaginación podía dar miles de vueltas, el futuro se anudaba y desnudaba otra vez, y los trabajos se desplegaban en el infinito, como si en algún punto de las estrellas hubiera una ocupación que me estuviera esperando únicamente a mi, deseándome, añorando a que la poseyera. La adolescencia fue una época muy difícil, mi cuerpo seguía siendo un engendro de la naturaleza, mis pensamientos demasiado oscuros para la preparatoria, y el futuro era un horizonte al que quería arribar lo antes posible.
Y esa lista, esa lista eran todas las posibilidades a las que nunca llegaría, todos los oficios que se me podían ocurrir para hacer mi vida ligeramente menos atormentada.
Ahí te va otro, pensé en voz alta. Limpias los baños en un hospital psiquiátrico.
“Ah… mmmh, pues tendría que ser sadista, y alguien ahí dentro debe de ser masoquista, así que lo obligo a limpiar los baños, hasta a lamer las tazas… o hacer que limpie con su cepillo de dientes… sería muy divertido.” Se quedó pensativa, mientras la pasta hervía con un poco de sal gruesa. “Lo que podría hacer también es que los tipos adentro, algunos, no saben ni quiénes son, así que los convencería de que limpiar los baños es su chamba, su obligación… o hasta podría decirle a uno que para que dios se comunique directamente con él, lo hace a través de la taza del baño… por lo que la tiene que mantener completamente limpia… sí, eso haría”.
Dos desempleadas, prácticamente, imaginándonos los peores trabajos del mundo que ni siquiera nos corresponden, poniéndoles estos toques de inocencia y de fantasía para que fueran lo menos pinches posibles. Dos desempleadas cocinando pasta en un domingo cualquiera, hablando de los trabajos que podrían ser suyos pero que nunca aceptarían tener.
Definitivamente en la adolescencia, sin tenencias ni rentas, ni aguinaldos fantasmas, ni cuentas de luz y teléfono, eran momentos en los que una lista así no tenía tanto sentido.
Es más divertido hacer lista de las cosas que no estarías dispuesta a hacer cuando la necesidad económica está a punto de empujarte hacia ellas.
La pasta fue un milagro culinario. Las películas que vimos también.
Y los trabajos, se quedaron en la lista adolescente a punto de ser olvidada una vez más.

Saturday, December 13, 2008

(la incoherencia de los teclados)

En las últimas semanas he incursionado en tres teclados distintos... el mio, el de una amiga y uno más...
Finalmente volví al mio tras un ayuno de cuatro días... y algo sorprendente sucedió...
Mis palabras, mis frases, mis oraciones y mis metáforas regresaron a mi; cuando estaba utilizando teclados ajenos era como si algo me faltara, como si estuviera utilizando letras que no me correspondian, que no eran mias (de hecho eran, literalmente, teclas ajenas).
Y al estar usando letras extrañas, con las que no tenía ninguna relación emotiva, amorosa, de cariño, con una historia que compartimos realmente, las palabras desaparecieron, se esfumaron con los cigarros que me fumaba mientras intentaba reencontrar esas palabras que sabía estaban ahí, pero que se rehusaban a escribirse sobre la hoja en blanco electrónica que tanto añoraba ser rellenada con anécdotas e historias que se iban atiborrando en mi cabeza, como si hicieran cola y como no podían salir al mundo exterior, hicieran su propia orgía de símiles y cuentos en mi cabeza.
Baste decir que los dolores de cabeza al utilizar teclados ajenos fueron constantes, no sabía lo que estaba sucediendo, pero me quedaba claro que no estaban saliendo las oraciones que debían de salir... ni siquiera los correos electrónicos se estaban escribiendo con mi típico estilo.
Al cambiar de teclado, las palabras ya no eran mias tampoco.
Por supuesto, ahora veo todo esto en retrospectiva, y más que lógico, me parece obvio que con un teclado ajeno no pudiera escribir mis constantes ponderaciones como lo suelo hacer.
Agradezco tener mi teclado de vuelta, y he aprendido mi lección.
Creo que la siguiente vez que mi teclado tenga que ir al hospital, en vez de intentar escribir con teclado prestado, utilizaré la vieja usanza y tomaré pluma y papel.

(( ))

( un paréntesis es un momento para respirar ) ( un paréntesis es un silencio para soñar ) ( un paréntesis es un espacio para estar )