detalle nimio

Cuando me toca el cuello, aunque sea con su mirada, unos colores, chispas provocan las tonalidades de mi placer, saludan mi sonrojo en la espalda baja, justo encima de la cadera izquierda, un poco más hacia el muslo. Ahí es.

Cuerpo conectado en sensaciones desplazadas.

Quería saltarle encima.
Hacerle cosas que no nombraría ante nadie más (él, por lo menos, yo sonrojaría ante la hazaña con unas copas de mezcal y unas buenas conversaciones heroicas con amistades confesionarias).

Sí, eso.

Sonrojo, una vez más.
Ahora sí son sus manos las que recorren el trazo de los colores que me dejó su hálito en mi cuello un rato antes. Labios carnosos en los míos, chupándome la respiración. Sobre mi espalda huella de sus caricias.

Ah, no quisiera, pero, suspiro.

Suspiró mi castidad (quiso otra palabra ser utilizada, y ser lo prohibí, demasiado tajante), creyendo despedirme, pero no, la agarré con todo mi cuerpo, mi fuerza, mi soltura, mi independencia y mi terror, y le dije, aquí, aquí te quedas, conmigo y mis sonrojos.
Y mis sonrojos.
Sus besos. ¿qué estaba diciendo?

Me preguntó “cómo estuvo tu día, qué hiciste” y ahí, no supe qué hacer. Compartir la cama, sí. La cotidianidad ¿cómo?

(deseos... deseo...)