15 de diciembre 2008
Estábamos cocinando una pasta cuando le conté sobre mi lista. Era una que había hecho años atrás, probablemente en mi adolescencia, cuando todavía no entendía mucho de lo que realmente estaba escribiendo. Era una lista de los peores trabajos del mundo. Me dijo que ella los podía resolver todos.
“A ver dime uno, a que yo lo soluciono.” Me dijo con un ligero reto mientras cuidaba que las cebollas llegaran al punto dorado, sin que se quemaran.
Superintendente en un camión escolar. El que se encarga de cuidar que los niños no hagan que el chofer choque por un ataque de pánico, de nervios o de enojo.
“Fácil, tendría un aparato con electricidad conectado a cada asiento. Muy Pavloviano. Cada vez que un chamaco hiciera algo que no debe, zaz.”
Muy ingenioso, y rallaba el queso parmesano.
“A ver, síguele, dame otro”.
Y se la solté, ser un operador telefónico que atiende todas las quejas de la compañía de teléfono, o de luz. Escuchar cómo te mentan la madre todo el día, y no puedes hacer absolutamente nada al respecto.
Se quedó pensando un par de minutos, el cigarro se escurría entre sus dedos.
“Ok, así que trabajo para esta compañía, por lo tanto tengo poder… fácil, imagínate a una persona que realmente odias, que quieres que su vida sea un infierno, un exjefe o exnovio o lo que sea… pues entonces haces que todas las llamadas sean conectadas a su casa… recibiría todas estas llamadas de queja, mentándole la madre todo el día… y ya. Tu trabajo de pronto se vuelve divertido.”
Sonreí, prendí otro cigarro.
Pensé en otro, ya no recordaba qué más contenía mi lista. Esa mañana, al despertar, jamás me cruzó por la cabeza que en la tarde noche, al estar preparando una cena temprana, o una comida tardía, estaría pensando en esa lista. De hecho, habían pasado muchos años desde que la había mencionado.
La hice cuando un ‘trabajo’ era algo tan añorado e intangible como perder la virginidad. La imaginación podía dar miles de vueltas, el futuro se anudaba y desnudaba otra vez, y los trabajos se desplegaban en el infinito, como si en algún punto de las estrellas hubiera una ocupación que me estuviera esperando únicamente a mi, deseándome, añorando a que la poseyera. La adolescencia fue una época muy difícil, mi cuerpo seguía siendo un engendro de la naturaleza, mis pensamientos demasiado oscuros para la preparatoria, y el futuro era un horizonte al que quería arribar lo antes posible.
Y esa lista, esa lista eran todas las posibilidades a las que nunca llegaría, todos los oficios que se me podían ocurrir para hacer mi vida ligeramente menos atormentada.
Ahí te va otro, pensé en voz alta. Limpias los baños en un hospital psiquiátrico.
“Ah… mmmh, pues tendría que ser sadista, y alguien ahí dentro debe de ser masoquista, así que lo obligo a limpiar los baños, hasta a lamer las tazas… o hacer que limpie con su cepillo de dientes… sería muy divertido.” Se quedó pensativa, mientras la pasta hervía con un poco de sal gruesa. “Lo que podría hacer también es que los tipos adentro, algunos, no saben ni quiénes son, así que los convencería de que limpiar los baños es su chamba, su obligación… o hasta podría decirle a uno que para que dios se comunique directamente con él, lo hace a través de la taza del baño… por lo que la tiene que mantener completamente limpia… sí, eso haría”.
Dos desempleadas, prácticamente, imaginándonos los peores trabajos del mundo que ni siquiera nos corresponden, poniéndoles estos toques de inocencia y de fantasía para que fueran lo menos pinches posibles. Dos desempleadas cocinando pasta en un domingo cualquiera, hablando de los trabajos que podrían ser suyos pero que nunca aceptarían tener.
Definitivamente en la adolescencia, sin tenencias ni rentas, ni aguinaldos fantasmas, ni cuentas de luz y teléfono, eran momentos en los que una lista así no tenía tanto sentido.
Es más divertido hacer lista de las cosas que no estarías dispuesta a hacer cuando la necesidad económica está a punto de empujarte hacia ellas.
La pasta fue un milagro culinario. Las películas que vimos también.
Y los trabajos, se quedaron en la lista adolescente a punto de ser olvidada una vez más.